Cómo la arrogancia de un escalador novato me llevó a la luna más grande de mi vida

Cuando Creímos que lo Sabíamos Todo sobre la Montaña

Cuando decidimos dar el salto de la escalada a la alta montaña, nos creímos invencibles. Escaladores con experiencia, ¿qué podría salir mal en Monte Perdido? Todo, absolutamente todo.

Primero, la mochila. Cargué con una que parecía diseñada para un sherpa en el Everest. No faltaba nada: equipo de escalada, cámara para inmortalizarlo todo… y muchas, muchas expectativas. Nos aventuramos, convencidos por los «sabios» consejos de unos clientes amigos que nos pintaron una imagen idílica de la ruta.

Fácil, decían. ¿La realidad? Los mapas engañan. Puedes recorrer kilómetros en un abrir y cerrar de ojos… sobre el papel. Pero en la montaña, tres kilómetros con mil metros de desnivel no son tres kilómetros, son un muro vertical.

Nada más comenzar, ya teníamos problemas. La primera víctima fue Pilar, mi compañera. Por querer una foto perfecta, se metió en un río y terminó empapada hasta los tobillos. El día empezaba mal y solo fue empeorando.

La Ruta de los Franceses: Cómo Ignorar las Señales te Pone en Peligro

Siguiendo a unos franceses que subían por una pendiente imposible a la izquierda de la Cola de Caballo, me convencí de que estaban equivocados. «No les hagas caso, ¡no tienen ni idea!», le dije a Pilar. Estaba tan seguro… hasta que no lo estuve.

Llegamos a un punto donde subir se volvía peligroso. Dejé a Pilar en una pequeña hendidura en la ladera y me lancé a explorar solo. Subí, observé… y lo vi.

La senda que deberíamos haber tomado, serpenteando cómodamente a la derecha de la Cola de Caballo, mientras yo me jugaba el cuello en un precipicio. Cuando bajamos, exhaustos, y ya tarde, decidimos acampar antes de llegar al refugio de Góriz. Había sido un día interminable.

La Cena de Emergencia: Atún, Maíz y una Gran Luna

Pero, entonces, llegó la sorpresa. Esa noche, la luna más grande que he visto en mi vida se desplegó sobre nosotros, iluminando el Parque de Ordesa como si fuera de día. Parecía que alguien estaba alumbrando nuestra tienda.

Pilar y yo salimos, y nos quedamos boquiabiertos. Desde ese momento, me hice amigo de la luna. Es una de esas cosas que te marcan para siempre.

Y aquí viene lo mejor. Nos habían dicho que no hacía falta llevar comida, que en los refugios había de sobra. Lo que no nos dijeron es que para comer en el refugio… ¡primero tienes que llegar al refugio!

Así que ahí estábamos, cenando atún y maíz enlatados, nuestra comida de emergencia. Nada Gourmet, pero suficiente para pasar la noche. No sé si fue el cansancio, la decepción o simplemente el momento, pero esa lata de atún supo a gloria.

Luna llena en el parque Nacional de Ordesa

El Refugio y el Intento Fallido hacia la Laguna de Marboré

Al día siguiente, agotados y con pocas provisiones —porque claro, tampoco habíamos traído suficiente comida ni agua—, intentamos continuar. Pero el cansancio acumulado nos obligó a dar la vuelta antes de llegar a la Laguna de Marboré.

No nos quedaba energía ni agua. Llegamos de vuelta al refugio para cenar y descansar entre cuarenta desconocidos en una habitación calurosa. Dormimos poco, pero la decisión ya estaba tomada: se había terminado nuestra aventura en Monte Perdido.

La Última Prueba: La Senda de los Cazadores y la Increíble Bajada

Lo que no sabíamos era que aún nos quedaba una última lección: la Senda de los Cazadores. Las vistas, impresionantes. Pero la bajada… interminable.

Cuando llegamos al final y me quité la mochila, tuve una sensación extraña: ¡sentía que levitaba! Después de cargar con ese peso todo el día, era como si mis pies no tocaran el suelo.

Esta experiencia me enseñó que, cuando crees que sabes todo, la montaña te pone en tu lugar. Y lo que planeas como una aventura épica puede convertirse en una lección inolvidable… si no llevas el equipo adecuado, la información correcta y, sobre todo, una buena dosis de humildad.

Francisco Beltrán Ortín

Guía de montaña

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